miércoles, 9 de septiembre de 2020

Sindrome del Impostor

He dejado que mis manos y mis cortinas hicieran lo que quisieran, para ver qué ocurría. Esta es una de esas cosas que hago sin ambición, feliz de no saber hacerlas, tranquila y para nadie. El otro día tuve unas palabras con mi síndrome del impostor (que bien podría llamarse síndrome de la impostora, pero esa es otra historia). Veréis: Me llamo Ana. Y a veces me siento como si me hubiera colado en la fiesta de otro, como si me estuviérais confundiendo con otra más lista, más interesante y más guapa. Y, la verdad, ya que estoy aquí, no me quiero ir. Pero no dejo de gritar mi nombre y quitarme capas y claramente no voy vestida para la ocasión. Le juro, le insisto al de la puerta que no soy esa, que soy Ana, pero aquí nadie me llama así. Y de todos modos, os juro que no me quiero ir. Sólo quisiera que me hubieran invitado, aunque aquí sólo parece pertenecer la chica de las gafas que se parece a mí.

 

 

 

Ana Cerezuela

 

 

 

https://youtu.be/GO1VcQusH4s